
El pequeño Dav Pilkey era distinto. Y también lo era su pupitre. En el aula no había sitio para él, ni siquiera literalmente. La medicina entendió pronto qué le pasaba al chiquillo: dislexia y trastorno de déficit de atención e hiperactividad. Pero, antes del diagnóstico, los maestros solo veían a un alumno con pocas ganas de aprender. De ahí que le propinaran siempre la misma lección: expulsado. Al parecer, se pasaba más rato sentado en el pasillo que en clase. Y, a falta de compañía o tareas, dibujaba superhéroes tan peculiares como él. Ahí germinó otro rasgo que hacía distinto a Pilkey: su talento. De aquellos garabatos solitarios y autobiográficos empezaron a salir personajes que, décadas después, tienen millones de lectores. Primero, Capitán Calzoncillos. Y ahora, Policán, una de las mayores estrellas globales de la literatura infantil y juvenil. Un agente tan improbable, patoso, impulsivo, dulce, extraño, desesperante, divertido y excesivo como cualquier pequeño. En una palabra: adorable.