
La tarde del 15 de abril de 2019, el presidente de la República, Emmanuel Macron, se presentó pálido y sobrecogido ante la gran puerta de una Notre Dame devastada. Un incendio accidental, eso dijo la fiscalía, destruyó parte del templo gótico y su emblemática flecha. Los escombros y el agua de las mangueras de los bomberos formaban ya una amalgama de restos, una metáfora nítida del estado de ánimo de los franceses. El jefe del Estado, un superdotado descifrando los momentos que construyen la historia, se subió a aquella ola de emoción. “Somos ese pueblo de constructores. Tenemos tanto que reconstruir. Así que, sí, reconstruiremos la catedral de Notre Dame, y más bella aún, pero quiero que esto se realice en cinco años. Podemos”. Transcurrido ese tiempo, desvelado a la prensa el interior de Notre Dame este viernes por primera vez, podría decirse que esa promesa, al menos esa, la ha cumplido. “Habéis transformado el carbón en arte”, lanzó un Macron emocionado y subido a una tarima en medio de la nave central del templo a los 2.000 trabajadores que lo han hecho posible.