
Carlos Arias nunca se imaginó que iba a quedar en medio de un conflicto internacional entre la primera potencia del mundo y su país, Colombia. Lo subieron el domingo a un avión militar, esposado de pies y manos. Los agentes de migración los trataron “como perros” a él y a los otros 200 deportados. Tuvieron la cabeza sobre las rodillas durante todo el trayecto. Eran objeto de burlas si intentaban ir al baño. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo de ellos que eran unos delincuentes. El suyo, Gustavo Petro, enfureció por ese trato indigno y no dejó que aterrizaran. E hizo lo mismo con un segundo vuelo. Entonces Trump amenazó con una guerra comercial que, a la larga, habría provocado un daño catastrófico a la economía colombiana. “Estuvimos 12 horas amarrados”, recuerda. A Arias, un camarero de 34 años, lo trataron como a un terrorista.