La normalidad se añora en cuanto se pierde. La normalidad era presentar un libro en una librería, rodeado de otras muchas publicaciones colocadas en sus estanterías, con un público más o menos reducido y con un vino y un algo de picar para finalizar. La normalidad tras la dana es otra. Es presentar una novela en una librería arrasada, con las paredes vacías, sin estanterías ni libros, las persianas destrozadas y el escaparate desaparecido. Pero con mucha gente, con una emoción difícil de contener, con ejemplares donados por los propios autores y con un aperitivo para socializar facilitado por una vecina. Todo en busca de un atisbo de normalidad.