A finales de septiembre, en un campamento en el territorio indígena yanomami, en lo profundo de la selva amazónica del norte de Brasil, docenas de hombres extraían oro ilegalmente con dragas mineras. En el lecho del río, las estructuras metálicas compuestas por enmarañados de rampas y engranajes aspiraban tierra y piedras sin cesar en busca del valioso mineral, agitando el cauce y desgarrando la senda natural por donde corría el agua.