
El 31 de enero se cumplirán cinco años desde que el Reino Unido abandonó la UE. Desde entonces, el debate económico y académico sobre las consecuencias del Brexit se ha movido entre lo malo y lo pésimo; entre los que sostienen que la economía británica es un automóvil que avanza con una rueda pinchada, cada vez más plana, y los que siguen creyendo que se estrelló irremediablemente contra un muro. Lo que parece evidente es que, a pesar de la obstinación de los políticos -tanto conservadores como laboristas- de enterrar en un cajón un asunto tóxico que dividió al país y a los partidos, cada nueva sacudida geopolítica, como el “huracán Trump”, resucitará una discusión condenada a ser perpetua.